Cuando comencé el curso “Creá, publicá y compartí. La Web 2.0
en Educación”, debo admitir que me abataté.
Primero, tenía que abrir un blog. “Ya lo tengo”, pensé, “pero
no me sirve para este curso. Voy a armar otro sobre la misma base.” De esa
forma, creaba casi sin querer mi propia “blogosfera”…
Después, crear una cuenta en Twitter. “¿Qué? ¿Por qué? ¿Para
qué? Ufa….” Y bueno, la creé. Terminé hablando con compañeros del curso, me
hice seguidora de algunas personalidades que me interesan… “Y vi que era
bueno”, como reza en la Biblia. “Tengo que aprender a no criticar lo que no
conozco”, reflexioné.
Pero lo último que surgió, casi
concomitantemente con la actividad final, fue la de utilizar ambas herramientas
con fines pedagógicos. De hecho, Sáez Vacas (2005) define a los blogs como “una
conversación interactiva durante un viaje por el conocimiento”. Y me imaginé
que de esa forma podría “alentar a los alumnos en prácticas intencionales y
reflexivas de comunicación.” (Andreoli, S. 2012) Asimismo, Twitter sería una
buena forma de “conectarnos”.
Me dirigí a mis alumnos de 4º año, y les propuse lo
siguiente. “Ya que estamos estudiando distintos conceptos de literatura, hemos
trabajado con algunos cuentos[1]
y vimos “Mis tardes con Margueritte”, ¿qué les parece si escriben unos ensayos,
los publican en blogs y arman una blogosfera del curso?”
Las primeras reacciones fueron de pavor. Como las mías. Entonces
les definí con mayor profundidad en qué consistía mi planteo: “La creación de
una red de blogs de alumnos [blogosfera] brinda una nueva estructura temporal y
espacial para la lectura de las producciones de los pares, promoviendo el
descubrimiento de las similitudes y diferencias entre sus producciones y el
establecimiento del diálogo grupal.” (Andreoli, S. 2012)
Siguieron manifestando resistencia. Aunque ya iban cediendo.
Intenté que comprendieran que ellos, nativos digitales, podrían comprometerse
en un proyecto que tenía mucho para darles y que les permitiría acceder a la
escritura y al aprendizaje desde un lugar mucho más significativo que la
evaluación tradicional. Tendrían que trabajar más, por supuesto, pero ahí
estaría yo para ayudarlos. Y, por qué negarlo, “la motivación por escribir
aumenta al participar de actividades auténticas de comunicación.” (Andreoli, S.
2012)
Ahora bien, creados los grupos, les pedí que anunciaran las entradas
vía Twitter. “Profe, usted tiene Twitter?” No lo podían creer. “Por supuesto. Creemos
un hashtag del grupo, si no va a ser un lío. ¿#literatura4o les parece?”
Estupor grupal…
Al día de hoy, están armando sus blogs y comenzando a
publicar. Están muy entusiasmados con sus trabajos, a pesar de la negación
previa, y están eligiendo nombres muy creativos para sus blogs (por ejemplo,
“la literatura que nos miente”, aludiendo a uno de los conceptos trabajados). Prometo,
no bien nos pongamos de acuerdo en el hashtag, mantenerlos informados...
¡Hasta entonces!
[1]
Entre otros, “La historia según Pao Cheng”, de Salvador Elizondo, y “El retorno
y los libros”, de Raúl
Álvarez Tuñón.